viernes, 25 de marzo de 2011

Punto de Vista
Mario Tassías


Cuando la familia deje de ser el agregado social constituido por personas ligadas por el parentesco, entonces, se pondrán en la balanza los valores que ayer fueron estrictas reglas y hoy son propuestas laxas de convivencia social.
Tanto cambiamos, antaño reglas de conducta hoy, son recuerdos y frutos de otros tiempos. Es la evolución aseveraría Darwin. La familia, está descendiendo o ascendiendo, según la apreciación personal. Hay quienes defienden con furia el esquema tradicional. Otros ya optaron por otra definición. Alguien convencido contra su voluntad sigue siendo de la misma opinión, consideraría el filósofo.
Si fuéramos a fechas no muy lejanas, para preguntarnos por ejemplo: ¿Cómo vivía una familia formada por los esposos y ocho hijos, en un ambiente de clase media?
La respuesta, sería más o menos así. Si los hermanos vivían en cuartos compartidos, aprenderían: A aceptarse mutuamente. A resolver sus conflictos mediante el diálogo. A dormir con la luz encendida, cuando alguno se quedaba estudiando o con el sonido de la tos de un hermano enfermo.
En las comidas todos recibían el mismo guisado, a veces el que les gustaba, a veces el que le gustaba a otro hermano; y con normalidad se agradecía y bendecía a Dios como el máximo proveedor.
Había una sola tele para todos. Como no todos querían ver el mismo canal, aprendieron a discutir, a hacer votaciones; a alegrarse cuando veían su canal preferido o a quedarse turbados cuando no les tocaba. Aprendieron a opinar sobre diversos temas, a descubrir los engaños y sobre todo a dialogar en familia. La familia era lo importante, no la tele.
Una bicicleta o dos eran para todos los hermanos. Esto los obligaba a turnarse para usarla, a discutir los horarios y a colaborar para arreglar las llantas ponchadas. Era imposible que los papás compraran todo cuanto se antojaba: juguetes caros o ropa de marca.
Juegos como "los encantados", las "escondidillas", el "burro castigado" o saltar la cuerda les ayudaban a convivir, a ser participativos, a cumplir reglas, a luchar por la victoria, pero también a aceptar la derrota.
Los papás compraban ropa y zapatos de talla más grande para poder usarlos más tiempo. Y cuando ya no servían al hermano mayor, se los pasaban al que seguía. Estas limitaciones les prepararon para una mejor vida de adultos. Gracias a eso aprendieron a ser tolerantes, agradecidos, comunicativos, a esperar su turno en la fila, a ser respetuosos con las reglas, a dialogar y defender las propias ideas. Aprendieron que las limitaciones son parte de la vida y ayudan a la convivencia humana.
¿Qué hacen hoy los padres con sus hijos? Les ofrecen un cuarto individual, para que se sientan a gusto. Les compran la ropa que ellos quieren y en el momento que la quieren, porque es su derecho. Preparan o mandan pedir el menú que cada hijo elija, para que no se enojen y coman contentos. Colocan una televisión en cada cuarto, para evitar las discusiones. Les compran los juguetes que desean, porque sus hijos tienen que tener los juguetes o aparatos de moda.
Los padres de familia "quieren lo mejor para sus hijos", pero al darles todo no los están ayudando a madurar para hacer frente a la vida. Llegan a pensar que se merecen de los demás todo y sin dar nada a cambio; se vuelven individualistas, egocéntricos, intolerantes, exigentes, groseros y prepotentes; pero sobre todo son muy vulnerables. Son presa fácil de la frustración, la ansiedad, la depresión y la soledad. Quizá tenga razón Simone de Beauvoir (1908-1986), cuando asevera que "la familia es un nido de perversiones".
Es en la vida de cada día, donde las familias trasmiten eficazmente los valores. Pudiera parecer trágico pero ¿qué sigue, cuando la familia deje de ser el agregado social constituido por personas ligadas por el parentesco, que está dejando de ser?

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