jueves, 5 de mayo de 2011


FAE rememora el amor de Juan Pablo II hacia los Indígenas

Janet Hernández Cruz
No faltan quienes, carcomidos por el negativismo, la envidia, el resentimiento, e incapaces de apreciar lo santo y hermoso que hay en la Iglesia, se solazan en sobredimensionar posibles deficiencias, para opacar sus méritos, enfatiza Felipe Arizmendi Esquivel, obispo de la Diócesis de san Cristóbal de Las Casas.
En su mensaje semanal, manifiesta que esta es la reacción de unos pocos ante la beatificación de Juan Pablo II, quienes le recriminan entre otras cosas, haber enfrentado a ciertos teólogos de la liberación, "como si con esto hubiera abandonado a los pobres. ¡Qué poco lo conocen! habrían de sopesar más a fondo sus posturas, como dice Jesús, quien tiene los ojos sucios, todo lo ve manchado".
Así mismo menciona algunas de muchísimas intervenciones a favor de los indígenas y de los pobres, un ejemplo de ello fue su empeño en que se demostrara la historicidad de Juan Diego, y luego reconocer oficialmente su santidad, o la beatitud de los Mártires de Cajonos, en Oaxaca.
Arizmendi Esquivel, recordó las palabras vertidas por el Papa el 29 de enero de 1979, en Oaxaca "responsables de los pueblos, clases poderosas que tenéis a veces improductivas las tierras que esconden al pan que a tantas familias falta: la conciencia humana, la conciencia de los pueblos, el grito del desvalido, y sobre todo la voz de Dios, no es justo, no es humano, no es cristiano continuar con ciertas situaciones claramente injustas. Hay que poner en práctica medidas reales, eficaces, a nivel local, nacional e internacional. Y es claro que quien más debe colaborar en ello, es quien más puede".
Concluye su escrito indicando que durante la visita de Juan Pablo II a Tuxtla Gutiérrez, el 11 de mayo de 1990, dijo: "Ante tanta injusticia, ante tanto dolor, ante tantos problemas, un hombre puede llegar a sentirse olvidado por Dios, la dureza de la vida, la escasez de medios, la falta de oportunidades para mejorar vuestra formación y la de vuestros hijos, el acoso continuo a vuestras culturas tradicionales, y tantos otros motivos que podrían invitar al desaliento, más aún, podrían sentirse olvidados quienes han tenido que dejar sus casas, sus lugares de origen, en una afanosa búsqueda del mínimo imprescindible para seguir viviendo".

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