domingo, 18 de marzo de 2012

DIÓCESIS

+Mons. Enrique Díaz

Obispo Auxiliar Diócesis de San Cristóbal de Las Casas


En el amor de Dios
IV Domingo de Cuaresma


2 Crónicas 36, 14-16. 19-23: "La ira del Señor desterró a su pueblo; su misericordia lo liberó"
Salmo 136: "Tu recuerdo, Señor, es mi alegría"
Efesios 2, 4-10: "Muertos por los pecados, ustedes han sido salvados por la gracia"
San Juan 3, 14-21: "Dios envió a su Hijo al mundo para que el mundo se salve por Él"
Donación
De pronto se hizo un pesado silencio en el pequeño grupo que permanecía en los corredores del hospital. Les acababan de informar que Martín necesitaba con urgencia un trasplante de riñón y que es muy difícil conseguirlo por otros lados, que lo mejor sería que un familiar o amigo pudiera donarlo. Se miraron unos a otros esperando que alguien se ofreciera como voluntario pero… todos tenían razones fuertes para no arriesgarse en una operación: uno era padre de tres hijos; otra había padecido enfermedades; el otro era muy débil… Finalmente, con temores y dudas, si hubo voluntarios y acordaron que los médicos decidieran quién era el más apto tanto por compatibilidad como por menos riesgos… Ha pasado el tiempo, Martín se ha recuperado, pero todavía los ojos se le inundan de lágrimas cuando recuerda la generosidad de sus familiares, en especial de su hermana que fue quien terminó donando un riñón. Él piensa que ella arriesgó su vida por alargar un poco la suya. ¿Cómo podrá pagarlo?
Dar generosamente
Cuando hay actos sorprendentes de generosidad se encoge el corazón, las palabras se quedan cortas y la gratitud parece no ser suficiente. Hay personas que así han entregado su vida en actos valerosos y llenos de bondad a favor de los suyos, de su comunidad y de su patria… Algo muy diferente nos sucede cuando se trata de un enemigo o de alguien que nos ha ofendido. Nos cuesta no solamente arriesgarnos por él, sino aun saludarlo y ofrecerle nuestra palabra. ¿Cómo entender el amor de Dios? Todas las comparaciones se quedan pequeñas y resultan insuficientes para siquiera acercarnos un poco a tratar de describirlo. Más que describirlo, sería mejor experimentarlo. Quedan en nosotros huellas muy fuertes de una concepción de Dios justiciero y vengador, que azota a quien lo ha ofendido. Baste leer la primera lectura para llenarnos de temor y de respeto al escuchar cómo "la ira del Señor llegó a tal grado que ya no hubo remedio". Subyace en nuestra ideología una imagen de un Dios, juez severo, capaz de descubrir nuestros pecados más ocultos y llevar una cuenta estricta de nuestras ofensas. Y hay quienes viven con angustia temerosos de un Dios capaz de condenas para ejecutar su justicia. Las lecturas de este día nos muestran todo lo contrario: un Dios misericordioso, Dios amor, Dios ternura en búsqueda del hombre, aunque él sea pecador.
En el amor de Dios
"Tanto amó Dios al mundo", es la palabra luminosa que hoy abre nuestro corazón a descubrir un Dios diferente del que nos ha atemorizado. Dios nos ama no porque nosotros seamos buenos, sino porque Él es bueno. Tenemos que creer en esa bondad y confiarnos a esa ilógica manera de actuar de Dios. Muchas veces he pensado que quizás queriendo justificar nuestras venganzas y enojos, hemos puesto en boca de Dios sentencias terribles y condenas abominables. Pero Jesús se encarga de destruir esta imagen idolátrica de Dios y presentarnos a un Dios siempre en apertura generosa hacia el hombre. Lo importante no es lo que nosotros pensamos y sentimos de Dios, sino lo que Dios piensa y siente por nosotros. Y lo que siente es un amor incontrolable que le lleva a dar la vida por nosotros. A veces dicho así en general, suena bonito, pero bastante abstracto. Me gusta ponerlo en singular como si sólo existiera cada uno de nosotros. "Me amó y se entregó por mí" afirma San Pablo cuando ha logrado la madurez que supera aquella otra frase que ya había dicho: "nos amó y se entregó por nosotros". Y no puedo descubrir razones valederas para asumirme como digno de su amor. Simplemente me ama porque soy su hijo, como si fuera el único, que ocupa en su corazón un lugar que nadie puede substituir. Soy único en el amor de Dios.
En la noche una luz
Muchas veces he tratado de imaginar aquel diálogo entre Nicodemo y Jesús, entre el maestro de la ley y el maestro del amor, arropados por el silencio de la noche, buscando lo más importante. El uno, con un sincero afán de aprender pero también de ser consecuente con las enseñanzas de sus antepasados, el Otro con una oferta desconcertante, descubriendo a un Dios que ni siquiera se hubiera el fariseo atrevido a soñar. Y el resultado son las palabras concretas que nos transmite San Juan como el corazón de toda la misión. Así aparece la frase que muchos consideran el centro de todo el evangelio: "Porque tanto amó Dios al mundo, que le entregó a su Hijo único…" y no solamente del evangelio, sino el centro de toda nuestra fe y la gran noticia de toda la historia: Dios ama al mundo. Con frecuencia olvidamos que el amor de Dios es universal y que alcanza a la humanidad entera, a nosotros y al mundo en que vivimos. Y con mayor frecuencia olvidamos también que el objeto de este amor es que el mundo tenga vida y que también cada uno de nosotros tengamos vida en plenitud. Normalmente cuando se habla de creer, nos viene a la mente una serie de verdades, de dogmas y argumentos, a los cuales debemos adherirnos sin tenerlos muy claros. Pero podremos decir que tenemos fe, solamente si creemos principalmente en el amor: si creemos que Dios ama al mundo, que ama a todos los hombres, que ama a cada uno de nosotros; si logramos experimentar este amor incondicional de Dios.
El que crea en Él tendrá vida eterna.
San Pablo no sale de su asombro al manifestarnos que "la misericordia y el amor de Dios son muy grandes; porque nosotros estábamos muertos por nuestros pecados, y Él nos dio la vida con Cristo y en Cristo. Por pura generosidad suya hemos sido salvados". La única condición que nos pone es creer: "Todo el que crea en Él no perecerá, sino que tendrá vida eterna". Y creer es unirse al Hijo en este cumplimiento de amor del Padre que busca la verdadera vida para todos. El Padre nos ama y quiere que todos los hombres tengan vida plena. Es curioso que el inicio de esta proclama de amor sea una contemplación de Jesús en lo alto. La vida plena no llega sin pasar por la cruz. Y nosotros debemos hoy creer y construir una vida plena. No habrá vida plena mientras se consuman los niños de hambre con sus vientres abultados, aunque recemos mucho y tengamos muchas cruces en el pecho; y no habrá vida plena, mientras los campos y las selvas sean saqueados impunemente llenando las manos y las arcas de unos cuantos; y no habrá vida plena mientras los bienes alcancen solamente para pocos, y los demás se deban conformar con las migajas. Mirar la cruz y alcanzar salvación implica mucho más que una devoción. Nos exige un compromiso serio para que nuestros pueblos tengan vida; una lucha por la justicia verdadera; y abrir el corazón para compartir lo poco o lo mucho que tengamos a fin de que los demás puedan tener vida. Sin la cruz del amor y del compartir, la plenitud de vida para todos, sería sólo un sueño. Hoy es urgente recordar, en medio de los pueblos maltratados, atemorizados y ensangrentados, que a una vida "crucificada", vivida con el mismo espíritu de amor, fraternidad y solidaridad con que vivió Jesús, sólo le espera RESURRECCIÓN.
¿Cómo experimento en mi diario vivir este rostro de "Dios que ama tanto al mundo, que me ama tanto…? ¿A qué compromiso me lleva el contemplar la cruz de Jesús? ¿Qué estoy haciendo para que los que están cerca de mí y todos los pueblos, tengan vida plena?
Dios nuestro, que en la cruz de tu Hijo Jesús nos has dejado el signo más hermoso del amor, enséñanos a vivir con tal entrega nuestra fe, que nos lleve a construir un mundo nuevo donde haya la vida plena que tú quieres para todos los hermanos. Amén

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