sábado, 21 de abril de 2012


DIÓCESIS

+Mons. Enrique Díaz Díaz

Obispo Auxiliar Diócesis de San Cristóbal de Las Casas



¿Tienen algo de comer?
III Domingo de Pascua


Hechos 3, 13-15. 17-19: "Ustedes dieron muerte al autor de la vida, pero Dios lo resucitó de entre los muertos"
Salmo 4: "En ti, Señor, confío. Aleluya"
I San Juan 2, 1-15: "Cristo es la víctima de propiciación por nuestros pecados y por los del mundo entero"
San Lucas 24, 35-48: Está escrito que Cristo tenía que padecer y tenía que resucitar de entre los muertos"
Recuerdos de una hazaña
Queda grabada en sus mentes y en su corazón la generosidad de un puñado de personas que pareciera que no habían hecho grandes hazañas pero que con sus actitudes salvaron la vida de los refugiados que venían huyendo de Guatemala. "No podemos dejar morir de hambre a quienes son nuestros hermanos" según cuentan, fue la frase que dijeron los principales de la comunidad, cuando en avalancha llegaron temerosos los guatemaltecos a las orillas de la pequeña población. Ciertamente no fue fácil porque a la escasez ordinaria de alimentos se añadía una población mayor en número que los residentes, con sus enfermedades, con sus traumas y delirios, con la angustia de las amenazas. Compartir "un taco", poder narrar las terribles historias, encontrar las puertas… parecía un sueño para quienes lo habían perdido todo, pero un corazón generoso restauró las heridas. Estos días lo han recordado. Algunos hicieron el retorno, otro prefirieron "hacerse mexicanos" y vivir con quienes les abrieron su corazón.
La paz esté con ustedes
Restaurar las heridas y devolver la fe no es fácil frente a quien ha vivido el fracaso, la muerte y la persecución. Una cosa es hablar bonito y otra muy diferente reconstruir una esperanza que se ha perdido. Los miedos y las angustias crecen ante los fantasmas de la persecución o de los peligros; la impotencia torna desconfiados a los más osados; y el miedo paraliza. Platicar de Jesús resucitado parecería maravilloso y hasta excitante, pero abandonar los miedos y volver a creer, retornar a la lucha diaria después de contemplar al crucificado… es difícil. Sin embargo los discípulos de Emaús ahora se asombran de sus complejos y de la facilidad con que habían abandonado la comunidad, porque en el camino un peregrino ha escuchado con atención todas sus angustias y en la mesa ha partido el pan y vencido sus miedos a la oscuridad. Un pan partido y compartido les ha devuelto las ilusiones. En esas están, cuando Jesús se presenta en medio de ellos con el saludo pascual acostumbrado: "La paz esté con ustedes". Y vaya que si necesitaban paz en su corazón después de todos los acontecimientos. Pero en lugar de brincar de alegría por la presencia del Resucitado, sus corazones nuevamente se llenan de los temores vividos y se hacen presentes todos los dolores y sufrimientos. No basta saber que Cristo está resucitado, se necesita experimentarlo en nuestro interior. Y Cristo propone el reto: dejar los miedos y acercarse a sus heridas, a sus cicatrices y a su nueva forma de vivir. No es un fantasma, es el mismo que ha compartido con ellos todos sus caminos, el mismo que ha vencido la cruz, el mismo que ahora les sonríe y les exhorta a la paz.
¿Tienen aquí algo de comer?
¿Cómo convencer a los discípulos que Jesús no es un fantasma? ¿Cómo apagar las falsas expectativas que de Él se habían formado y hacerlos caer en la cuenta que la cruz es el camino para la resurrección? Deshacer los fantasmas y aclarar la imagen de Jesús es una tarea y una exigencia para los discípulos de todos los tiempos, para la Iglesia y para cada uno de nosotros. Superar los traumas y los miedos que nos hacen encerrarnos y mostrarnos desconfiados y ariscos, es también aceptar a Cristo como vivo y resucitado. No podemos confundir a Jesús con un fantasma y llenarnos de temores, se necesita aceptar nuestra realidad pero iluminada con su presencia. También hoy a nosotros nos pregunta Jesús si tenemos algo de comer. Necesitamos arriesgarnos a ofrecer lo nuestro, lo pobre que tenemos, y dejarlo participar de nuestras pobrezas y miserias. Los miedos y las turbaciones que nos manifiesta el pasaje de hoy, pueden también ser las nuestras, pero si las miramos con Jesús que se hace cercano a nosotros, que nos ofrece el saludo de paz, que nos deja tocar sus cicatrices y heridas, podremos recobrar la paz, abriremos las puertas y nos lanzaremos nuevamente a la misión.
Transformar desde dentro
No se trata solamente de bellas palabras, San Pedro nos hace caer en la cuenta de que tendremos que pasar por un proceso de purificación, de reconocimiento y de cambio. A algunos les parecería que las duras acusaciones de Pedro, no tendrían buenos resultados, que tendría que ser más prudente, pero cuando se lleva en el corazón la presencia de Jesús se tiene que hablar con la verdad y no se pueden ocultar las injusticias. Ustedes han entregado al justo y han preferido al asesino, acusa Pedro a sus oyentes. Sin embargo, Dios lo resucitó de entre los muertos y nosotros somos testigos de ello. No se queda en la acusación estéril y destructiva, propone el cambio y la solución: "Arrepiéntanse y conviértanse, para que se les perdonen los pecados". Cristo nos viene a acompañar, pero no podemos quedar sumergidos en nuestros mismos errores. Ante la grave situación de nuestro país donde se escuchan los lamentos de pobreza, desempleo, inseguridad, violencia, migración y dramas familiares, no basta con lanzar acusaciones y regaños, tendremos que proponer nuevas soluciones y buscar caminos mejores. Todo a partir de la presencia de Cristo Resucitado. Con Él podremos transformar desde dentro y despertar nuevas esperanzas, pero con un verdadero cambio. A veces queremos solucionar la difícil situación con parches y apariencias. San Pedro nos dice que hay que reconocer lo que cada quien está haciendo mal, asumir las propias responsabilidades e iniciar el camino nuevo "acompañados con Jesús". Con Él tendremos nuevas luces porqu se ha hecho la "víctima de propiciación por nuestros pecados" y se ofrece para que tengamos nueva vida. Si lo amamos, si nos dejamos amar por Él, ciertamente tendremos nueva esperanza.
Con Cristo una nueva vida.
Si contemplamos hoy a Jesús Resucitado, si nos animamos como Pedro a convertirnos en sus testigos, nuevos retos surgirán en nuestra vida de discípulos. El primero sería superar los miedos con que enfrentamos las injusticias sabiendo que Cristo está de nuestra parte, no podemos huir cobardemente dejando que reine la maldad y la corrupción. No nos conformemos con murmurar y renegar, atrevámonos a luchar por una vida más transparente y justa. Nos debemos cuestionar también nuestra relación con los otros y si somos capaces de compartir y de dar vida, de alentar esperanza y buscar la paz. En las manifestaciones del Resucitado con frecuencia aparece la mesa y el alimento como signo de esa nueva vida. El compartir es signo de esta nueva vida. Debemos cuestionarnos si nuestras Eucaristías significan y crean espacios para compartir, para construir fraternidad, si tenemos apertura para que todos puedan sentarse a la mesa de la vida, sin limosneros, sin marginados que tengan que esperar a ver si caen migajas de nuestra mesa para poder saciar su hambre. ¿Cómo somos testigos de Jesús en nuestros tiempos?
Señor, tú que nos has renovado en el espíritu al devolvernos la dignidad de hijos tuyos, concédenos que, superando nuestros miedos y sintiendo la presencia de Cristo Resucitado, construyamos la verdadera paz como testigos de tu Hijo Jesús. Amén.

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