sábado, 19 de enero de 2013

DIÓCESIS
+Mons. Enrique Díaz Díaz
Obispo Auxiliar Diócesis de San Cristóbal de Las Casas

Boda, vino y amor
II Domingo Ordinario

Isaías 62, 1-5: “Como el esposo se alegra con la esposa”
Salmo 95: “Cantemos la grandeza del Señor”
I Corintios 12, 4-11: “Un solo y el mismo Espíritu distribuye sus dones según su voluntad”
San Juan 2, 1-11: “El primer signo de Jesús, en Caná de Galilea”
Boda sin novia.
Fue una boda en la que hubo mucho vino, pero no hubo alegría; que se bailó y se cantó, pero faltó melodía; que se comió hasta saciarse pero quedó un “hueco en el estómago”. Todos los preparativos había salido perfectamente: los familiares colaboraron como de costumbre, se buscó una buena banda, se mató la mejor res, trajeron pollos y guajolotes a Dios dar, se acondicionó el lugar para que cupieran todos los invitados. Ya saben ustedes que, entre los purépechas, no hay fiesta en solitario sino toda fiesta es fiesta de la comunidad y de todos los que lleguen, así que se esperó un gran contingente. Las carreras, las prisas, la res y los pollos muertos, en la víspera de la boda… Llegan a avisarme, ya en la noche: “¡La novia no se quiere casar!, que tiene miedo al compromiso, que le hablaron mal de novio… y muchas otras razones. ¿Qué podemos hacer?”, preguntaron con desconcierto. “Si la novia no quiere, no hay boda” fue mi respuesta. “Es que todo está preparado, la gente está toda en la casa continuando los últimos detalles… Es imposible cancelar. Aunque la novia no quiera, habrá boda…” Bueno, como todo estaba preparado, hubo fiesta pero no boda, una fiesta agridulce, hueca: faltó la novia.
Tiempo ordinario, vida extraordinaria.
Se nos terminaron las fiestas de Navidad, y ahora sí, a regresar al trabajo de cada día. Con este domingo iniciamos prácticamente el tiempo ordinario. La celebración del Bautismo de Jesús cerró ese ciclo festivo y regresamos a lo cotidiano, a los quehaceres de todos los días, a la brega del trabajo oculto y desconocido. Sin embargo este tiempo tiene muchísima importancia, es la base de toda la vida, es el sembrar calladamente, es poner un ladrillo sobre otro hasta que el edificio aparezca, es buscar, orar, trabajar, construir. Ojalá que este tiempo ordinario no sea sinónimo de tiempo aburrido, de tiempo vacío y sin sentido. Las grandes obras se elaboran en la constancia, al llenar de sentido cada minuto, al amar en el silencio, al escuchar, al participar, al recibir. San Juan nos ofrece un texto muy bello y lleno de sentido que puede ayudarnos a entender cómo se sigue a Jesús, cómo se participa con Él, cómo se le conoce y sobre todo cómo se ama. 
Un vino que se agota
San Juan, si bien es cierto que nos cuenta milagros y acontecimientos, no se detiene tanto en el milagro, sino que los ve como signos de realidades más importantes. Y así, al este pasaje de las bodas de Caná no nos podemos quedar con la conciencia tranquila pensando sólo que Jesús quiere acompañar a los nuevos esposos para que nunca les falte el vino del amor, aunque eso sería ya un gran pensamiento y un gran reto para la vida matrimonial. A Jesús le gusta comparar la vida con un banquete y San Juan inicia presentándonos a Jesús, su madre y sus discípulos en una boda. Es un signo fundamental que explica en lo cotidiano la presencia del Reino en medio de la historia. Las fiestas de nuestros pueblos, esas fiestas sin etiquetas ni exclusivismos, son la mejor imagen y señal de esa otra “fiesta” y “banquete” al que estamos llamados a participar todos. Ahí, en el anonimato aparente, como uno más del pueblo, participa Jesús con su madre y sus discípulos. Pero en lo mejor de la fiesta, se termina el vino y nadie parece darse cuenta. ¿Cómo es posible que lo indispensable de una convivencia termine antes que la fiesta? Y sin embargo sucede. Quizás San Juan nos esté diciendo que en el pueblo de Israel y en nuestro mundo falta lo más importante, lo descuidamos y no hacemos caso de ello. También en nuestros días, escasea el vino de la comprensión, del amor y de la ayuda mutua. Nos olvidamos que estamos llamados a participar en un banquete en compañía de todos y nos dejamos ilusionar por un sistema que nos obliga a la competencia feroz y a la lucha egoísta, privándonos de lo más importante que es el amor y la fraternidad entre todos.
Jesús, el nuevo vino
Esto es importante pero hay algo más que San Juan quiere resaltar en este “milagro” de las bodas de Caná: Jesús es el auténtico vino nuevo, el vino del Reino, el vino de la Nueva Alianza, en contraposición al vino antiguo de la Alianza Antigua. En este primer signo Jesús deja claro que él es el comienzo de un tiempo nuevo y que alcanzará su momento final cuando, en el Calvario, sea derramada su sangre, sangre de una nueva y eterna Alianza. La sangre de Cristo tiene, ante el Padre, un valor infinito, infinitamente superior a la sangre de los toros y machos cabríos que se derramaba en los sacrificios de la Antigua Alianza. Sí, Jesús es el vino nuevo, el vino del Reino, el vino de una nueva y eterna Alianza. En el ambiente de boda, de novia, de fiestas, Jesús aparece como el vino prometido durante siglos. Y con eso mostró Jesús su gloria, o sea su identidad, y los discípulos creyeron, no creyeron por el milagro, sino por el signo. Y si ya el amor humano y la comprensión nos parecían indispensables, Jesús, el vino nuevo, es insustituible en la vida de un creyente y en la vida de toda la humanidad: es el que da un verdadero sentido a la vida. Y ojalá nosotros también como los discípulos creyéramos en Él.
Nueva alianza
Pero hay otro sentido que ahora me ha parecido como novedad: la novia. Con la ayuda de Isaías, descubrimos que el amor de los novios puede no solamente ser de una pareja que inicia una nueva vida, sino del loco amor con el que Dios se deshace por su pueblo y que el pueblo no es capaz de corresponder. Abandonada, devastada, con estos nombres llama Isaías a la Tierra prometida y malograda por los hombres. Tanto, de tal modo ha sido la infidelidad del pueblo amado, que esa situación calamitosa viene a dar nombre propio a la tierra de Israel. Era el estado doloroso en que quedó el pueblo sumido, después de haberse olvidado de Dios. Momentos de angustia, momentos de tristeza infinita. Los hombres se alejan por el pecado de su Creador, y al estar lejos se sumergen en un mar de lágrimas, en un mundo oscuro y gris. Una historia de amor, donde falla la novia. Es la historia de un pueblo, pero también la historia personal. Sin embargo, ahora con la presencia de Jesús, “el Novio”, todo adquiere nuevo sentido. Amor de juventud, primer amor, eso es el amor divino por su pueblo, según dice Isaías: “Como un joven se casa con su novia...». El despertar de los sentidos al amor, ese sentimiento tan hondo, tan humano y tan divino. Las palabras quedan inexpresivas para describir el amor, son un torpe balbuceo que trata inútilmente de expresarse. Es una realidad que sólo cuando se siente, se comprende. Pues eso y mucho más es la realidad del amor de Dios por su pueblo. Y Jesús en las bodas de Caná viene a recordárnoslo: Dios vive loco de amor por su pueblo, tiene un vino nuevo, una nueva Alianza.
Son muchos los símbolos que en este pasaje nos ofrece San Juan. Contemplemos este primer milagro de Jesús con asombro y preguntémonos si a nosotros no se nos ha escapado la alegría y el sentido de la vida, si estamos perdiendo la capacidad de compartir, también nosotros necesitaremos llenar nuestras vasijas agrietadas del agua de nuestro esfuerzo y de nuestra fe, para que Jesús los transforme en vino de alegría, de vida y de generosidad. Contemplemos el loco amor de Dios por su pueblo y descubramos a Jesús como el “Novio”, como el vino de amor, que da plenitud y alegría a nuestra fiesta. ¿No seremos como la novia que tiene miedo al compromiso o la que se ha olvidado del amor?
Padre Dios, que has simbolizado tu amor a todos los hombres en el banquete del Reino y en el amor conyugal, abre nuestros ojos y nuestro corazón, para que descubramos y vivamos tu amor en plenitud. Amén

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