sábado, 27 de abril de 2013

DIÓCESIS
+Mons. Enrique Díaz Díaz
Obispo Auxiliar Diócesis de San Cristóbal de Las Casas


Cuentos y sueños
V Domingo de Pascua


Jn 13,31-33.34-35 

Sueños y cuentos
Una de las organizaciones más reconocidas por su trabajo, sobre todo con los niños en situación de calle en San Cristóbal de las Casas, es Melel Xojobal. En cierta ocasión una de sus miembros trabajaba con mucha paciencia con estos niños, al mismo tiempo desconfiados para hablar de sí mismos y desenvueltos por su continuo vagar por las calles. Con el fin de descubrir sus verdaderos sentimientos les propuso dibujar sus sueños y contar cuentos. Es verdad que la mayoría de los niños reflejan en sus dibujos ese mundo de violencia y de injusticia que los arroja a las calles, pero también encontraba en sus trazos inocentes y descuidados un anhelo de una vida diferente, de una familia cariñosa, de la presencia y el cuidado de sus padres, de un mundo mejor. Un niño tituló su dibujo: “Cómo me gustaría mi mundo” y, en dolorosos contrastes, dibujaba, junto a los peligros de la calle y junto a su miserable casa, un hogar donde había armonía. Me impresionó que al narrar su cuento no hablaba mucho de grandes lujos sino de adquirir apenas lo indispensable para vivir, pero su insistencia era un mundo de paz, de armonía, de presencia amorosa de padres y hermanos, de igualdad… Lo narraba tan crudamente, que hacía crecer un hueco en el interior… ¿Será mucho soñar? ¿Será sólo un cuento? 
Un cielo nuevo y una tierra nueva 
El libro del Apocalipsis refleja los sueños y los anhelos de una comunidad sometida a la persecución y enfrentada a muchas dificultades para sostenerse en su fe y en su decisión de vida. Pero lo hace también de una manera a la vez cruda y a la vez llena de esperanza. Hoy nos descubre los sueños de esa comunidad y alienta nuestra esperanza con esta magnífica visión de un cielo nuevo y una tierra nueva, como la gran meta de nuestros esfuerzos por transformar las realidades de muerte que nos rodean y redimir al mundo con la fuerza vital arrolladora del Resucitado. Una nueva realidad de justicia, paz y amor fraterno habrá de traer la Nueva Jerusalén que descendía del cielo enviada por Dios y engalanada como una novia. Es la esperanza maravillosa que podemos enarbolar frente a los pesimistas y profetas de la muerte y del desaliento, que amenazan con una destrucción inexorable del mundo, y ridiculizan la posibilidad de construir un mundo mejor. Si hasta parecen los sueños de un niño las propuestas del Apocalipsis, pero están fuertemente basadas en las promesas de la Nueva Alianza que Cristo ha sellado con su Pasión y su triunfo sobre la muerte. Nos describe un entusiasmado Juan: Esta es la morada de Dios con los hombres; acampará entre ellos. Serán su Pueblo, y Dios estará con ellos. Enjugará las lágrimas de sus ojos. Ya no habrá muerte, ni luto, ni llanto, ni dolor. Porque el primer mundo ha pasado. El que estaba sentado sobre el Trono dijo: “Ahora hago el universo nuevo”. El Apocalipsis lo presenta no como un sueño, sino como una realidad que podemos y que debemos construir ya desde ahora, en el hoy concreto de nuestra historia. 
El sueño de Jesús 
Los sueños del Apocalipsis están basados en la fuerza del Resucitado, en su vida y sus ejemplos, en sus enseñanzas y mandamientos. El pasaje de este día nos propone las bases sobre las que hay que construir estos cielos nuevos y esta tierra nueva. Cuando Cristo está ya para despedirse, entrega a los discípulos como testamento espiritual su sueño y su mandato: el gran Mandamiento del Amor, como signo visible de la adhesión de sus discípulos a Él, y de la vivencia real y afectiva de la fraternidad. Es la forma de construir de Jesús y es la forma que quiere que construyan sus discípulos. El mundo podrá identificar de qué comunidad se trata si los discípulos guardan entre sí este mandato del amor. Jesús rescata la Ley, pero le pone como medio de cumplimiento el amor; quien ama, demuestra que está cumpliendo con los demás preceptos de la Ley. Es posible que en la comunidad primitiva se hubiera discutido cuál debía ser su distintivo propio e inequívoco. Para eso apelan a las palabras mismas de Jesús. En un mundo cargado de egoísmo, de envidias, rencores y odios, la comunidad está llamada a dar testimonio de otra realidad completamente nueva y distinta: el testimonio del amor. Allí están las bases sobre las que se puede construir una nueva sociedad. Mientras no vivamos el amor, no es cierto que ley alguna podrá cambiar la sociedad. 
Un mundo diferente 
Cuando nuestros políticos, sobre todo en campañas, hacen propuestas que parecen novedosas, se quedan cortos, porque siempre buscan cosas superficiales y sus sueños no tocan la base de la persona. Se fijan en los bienes materiales y no está en la base el amor y el respeto mutuo. Pero Jesús se refiere al verdadero amor. No es el amor romántico y dulzón de los novios adolescentes. Es el verdadero compromiso de entrega a los demás en la medida en que lo propone Jesús. Así como Él amó. Amar hasta dar la vida. Es el amor de pareja que sabe superar las naturales diferencias; es el amor de padres que no crían hijos con la ilusión de después pasarles la factura en cuidados de ancianidad; es el amor al prójimo donde se tiene en cuenta a todos y cada uno, y no se miran las propias conveniencias. Así sí se podrá construir una ciudad nueva. Así podremos ilusionarnos en construir el Reino que Jesús propone y por el cual dio la vida. Ése es el programa del cristiano que a todos nos debe entusiasmar. No podemos quedarnos con objetivos cortos y mezquinos, sino que nos debemos lanzar a la realización del sueño de Jesús. 
Amar, sólo por Ti 
Hoy podemos decir los versos del poeta como oración y promesa: Amaremos, aun no siendo amados, y, en medida rebosante y sin cuenta, colmaremos y calmaremos los corazones que necesitan paz, las almas que se han tornado en tibias, los pies que se resisten a caminar, los ojos que se han quedado en el vacío. Por Ti, Señor, mantendremos, eternamente nuevo, el Mandamiento que Tú nos dejaste: amar, sin mirar a quién; amar, sin contar las horas; amar, con corazón y desde el corazón; amar, buscando el bien del contrario; amar, buscándote en el hermano. Sólo por Ti, Señor. 
Ese es el sueño de Jesús y debería ser el sueño de sus seguidores. Desgraciadamente, los cristianos nos quedamos cortos. Tenemos un gran programa, pero poco lo realizamos. La gran llaga de la Iglesia es la falta de un testimonio mucho más abierto y decidido respecto al amor. Con mucha frecuencia, nuestras comunidades son verdaderos campos de batalla donde nos enfrentamos unos contra otros; donde no reconocemos en el otro la imagen de Dios. Y eso afecta la fe y la buena voluntad de muchos creyentes. Y no pretendo exigir que en nuestras comunidades no haya discusiones o no se dé espacio a la diferencia. Lo que hace grande a una comunidad es su capacidad de amar a los diferentes, de integrar y superar el conflicto; de crear un ambiente de discernimiento, de acrisolamiento de la fe y de las convicciones más profundas respecto al Evangelio. Para ello hacen falta la fe, la apertura al cambio, la conversión y, sobre todo, la disposición de ser llenados por la fuerza viva de Jesús. Sólo en esa medida, nuestra vida humana y cristiana va adquiriendo cada vez mayor sentido y va convirtiéndose en testimonio auténtico de evangelización. 
Empeño y don 
Cada uno de nosotros, como cristianos, hoy nos tenemos que cuestionar sobre nuestra actitud frente a la construcción del Reino. La propuesta del Apocalipsis de ninguna manera es pasividad o indiferencia como camino del futuro. Al contrario, una vez constatadas las dificultades y problemas, tanto internos como externos, nos lanza a que, confiados en Cristo resucitado, pongamos todo nuestro empeño en buscar ese mundo donde ya no habrá muerte, ni duelo, ni penas, ni llantos, porque ya todo lo antiguo terminó. Ciertamente la paz es un regalo de Dios, pero implica el trabajo intenso y confiado del hombre. La Ciudad Santa es empeño y don. Se requiere para construirla oración y sudor en el esfuerzo. 
¿Cómo vivimos el gran sueño de Jesús entre nosotros? ¿Cómo damos testimonio de este amor en la familia, en el trabajo, en la construcción de la sociedad? ¿Cómo estamos construyendo esa “nueva ciudad”, esa nueva sociedad? 
Señor, Tú que nos has enseñado que en el amor al prójimo se sintetiza toda tu vida y tu doctrina, enséñanos a superar nuestros egoísmos y nuestro individualismo, abre nuestro corazón al hermano e impúlsanos a construir “los cielos nuevos y la tierra nueva” en medio de nosotros, prenda de la verdadera Jerusalén celestial. Amén. 


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