sábado, 8 de junio de 2013

DIÓCESIS
+Mons. Enrique Díaz Díaz
Obispo Auxiliar Diócesis de San Cristóbal de Las Casas

Ternura de Dios
X Domingo Ordinario



I Reyes 17, 17-24: “Tu hijo está vivo”
Salmo 29: “Te alabaré, Señor, eternamente”
Gálatas 1, 11-19: “Dios quiso revelarme a su Hijo, para que yo lo anunciara a los paganos”
San Lucas 7, 11-17: “Joven, yo te lo mando: Levántate”
Dolor de madre
Siempre la ausencia duele, siempre la injusticia lastima, siempre la duda corroe… pero cuando frente al dolor, la injusticia y la duda hay manifestaciones de alegría desbordante, hay fiesta indiferente y voces apagadas por la apatía o las conveniencias, todo es más triste. Me explico: el pasado 10 de mayo mientras muchas de las mamás recibían felicitaciones y regalos, mientras se llevaban a cabo homenajes y reconocimientos, un grupo de mujeres salían a las calles a gritar su dolor por la ausencia de sus hijos. Una ausencia provocada por la injusticia, la violencia, el crimen organizado, y la impotencia o negligencia de quienes deberían procurar justicia. “Somos madres angustiadas llenas de dolor, pero lo convertimos en fuerza para venir a exigir que encuentren a nuestros hijos”. Reclamos y acusaciones de promesas incumplidas, hastío de tantas vueltas para encontrarse con negativas y disculpas que sólo ocultan la ineficiencia, al final comprueban que no se ha hecho nada. Desesperación y hartazgo. Estas son las que se manifiestan y aunque son muchas más, sólo es una mínima parte de ellas, otras han sido calladas por el miedo o las amenazas del crimen organizado, o simplemente han quedado tan aturdidas que no encuentran fuerzas ni caminos para expresar su dolor. Así el 10 de mayo, al mismo tiempo que fue celebración y reconocimientos, se convirtió en un triste recuerdo para aquellas que lloran la ausencia de los desaparecidos o de los muertos.
Dos cortejos
En el pasaje de este día también se presentan dos cortejos que podrían provocar el mismo contraste: la comitiva alegre y portadora de vida que sigue a Jesús; y la comitiva triste, abrumada y con luto que va a enterrar a un muerto. El muerto es hijo único de una mujer viuda. En una sociedad donde la mujer depende tanto del hombre, quedar sola es la peor de las desgracias, ahora pertenece a los pobres y pequeños cuya esperanza ha quedado totalmente truncada. Quizás el dolor aún no le permita ver toda su tragedia, no se atreve a pedir nada, no hace nada, solamente se deja llevar por el cortejo rumiando su pena. Pero para Jesús no puede pasar desapercibida. No solamente en esta ocasión, sino cada vez que hay miseria, Jesús “se compadece”, “se conmueve en su interior”, “le duelen las entrañas”. Y no es el burdo “sentir lástima” o decir “pobrecito” paternalista y encubridor de injusticias, sino es el poner el corazón junto al corazón del otro, es vivir su misma tragedia y es unirse a quien está en desgracia para superar las estructuras injustas. 
Jesús: ternura de Dios
Los evangelios son la revelación de la ternura entrañable de Dios, una ternura que se hace concreta y manifiesta en el corazón palpitante y acogedor de Jesús: un corazón sensible, capaz de ternura solidaria, de compasión, benevolencia y de amistad gratuita para todos los seres humanos pero de manera preferencial para los excluidos y más débiles. En Jesús, Dios ha visitado a su pueblo. Toda su vida compartida a través de su mensaje y de sus milagros, es un signo de la llegada del Reino: la misericordia entrañable restituye la plenitud humana a los excluidos. Dios se manifiesta en Jesús devolviendo el rostro humano a una sociedad desfigurada. En la medida que esta sociedad se acerca al Dios de la ternura, se transforma y humaniza, encuentra su verdadera identidad. La ternura representa la práctica amorosa y entrañable de Jesús, su empatía y simpatía con, por y para el que sufre. La ternura es la envoltura del amor, el clima de atención y la manifestación afectiva indispensable para que el amor pueda manifestarse en toda su profundidad. Es sorprendente que todos los excluidos, leprosos, pecadores y olvidados, sean los interlocutores y beneficiarios de su ternura entrañable. Por eso a San Lucas se le ha llamado el evangelio de la misericordia, pues manifiesta a un Jesús muy humano, lleno de ternura solidaria y defensor de los derechos humanos. Siempre se muestra sensible, con un trato amistoso, cercano, abierto y comprometido en especial con quienes son rechazados.
Ternura profética
Jesús introduce así en la sociedad, una alternativa que lo transforma todo, su ternura rompe los moldes de una sociedad que se rige más por las leyes y las exclusiones que por el amor. Podríamos decir que la ternura de Jesús es una “ternura profética” que es la verdadera práctica de la misericordia. Practicar la misericordia no es sólo cuestión de abrazos apresurados y faltos de compromiso. Es la decisión comprometida, afectiva y efectiva, de transformar las situaciones y las relaciones equivocadas, de superar las barreras y prejuicios de raza, sexo o postura social que condenan al más débil. Es poner siempre en primer lugar la vida y dignidad sobre todo de los más necesitados. Es encabezar la defensa de los hambrientos, de los humillados y, al mismo tiempo, denunciar y destruir las estructuras injustas. Así, Jesús nos enseña que la misericordia será cargar con ternura a los que daban por muertos, a la oveja perdida. Si hoy se nos presenta dando la vida a un joven y restituyendo la dignidad a una madre, nos está enseñando el camino para construir una sociedad nueva y diferente. Con su libertad, su cercanía y su ternura, rompe los esquemas de quienes juzgaban impureza tocar a los muertos. Cuando hay amor comprometido, los mismos muertos resucitan. 
Discípulos llenos de ternura
Ciertamente nuestra sociedad está fracturada y sofocada por la injusticia y la corrupción, pero no será pasando de largo frente a los problemas y a las necesidades como los podremos resolver. Con Jesús, como Jesús y en su nombre, tendremos que romper el círculo de muerte que rodea nuestras comunidades. En Él encontraremos la fuerza necesaria, con Él seremos capaces de manifestar esta ternura que se acerca al hermano, que se solidariza con él y que lo levanta con nueva vida. 
Contemplando hoy a Jesús que se hace misericordia desentrañada del Padre como un regalo a la humanidad para hacer de ella una comunidad familiar que vive la bondad, la ternura y la justicia, tendremos que descubrir nuevas fuerzas y nuevos caminos para superar las situaciones de un mundo injusto, de un mundo de muerte, de un mundo de ausencias y de olvidos. Cada cristiano se llenará de fortaleza y de ánimo para enfrentar la corrupción en sus lugares concretos y cada discípulo buscará seguir la enseñanza de su Señor: con ternura acercarse al que todo lo ha perdido y restituir vida y dignidad. 
Padre Dios, amigo de la vida, que en tu Hijo Jesús nos has dejado la encarnación de tu ternura, alienta nuestros corazones para ponernos al servicio de la vida y desterrar de nuestro mundo la guerra, la injusticia y la corrupción. Amén.

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